Con la llegada del invierno, muchas personas que viven con dolor crónico enfrentan un doble desafío: no solo deben lidiar con el aumento del malestar físico, sino también con los efectos emocionales que se intensifican en esta época del año. Ansiedad, depresión e insomnio son algunos de los síntomas que suelen agravarse, afectando directamente su calidad de vida.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta un 60% de quienes sufren dolor crónico también presentan síntomas asociados a trastornos de salud mental. En Chile, cifras del Ministerio de Salud indican que más de 2 millones de personas viven con algún tipo de dolor persistente, afectando principalmente a mujeres y personas mayores.
Desde el punto de vista físico, el frío es un factor que influye directamente. Nicolás Fernández, kinesiólogo especialista en patologías musculoesqueléticas del Centro de Rehabilitación Laboral (CRL), explica que “las bajas temperaturas aumentan la tensión muscular y la sensibilidad en articulaciones y tejidos. En condiciones como la fibromialgia o la artritis, esto puede traducirse en un aumento del dolor y de la rigidez”.
Este escenario plantea la necesidad de fortalecer los espacios de apoyo físico y emocional para quienes enfrentan este tipo de dolencias, sobre todo durante el invierno, cuando las condiciones climáticas pueden agravar el sufrimiento físico y mental.