Lo que debía ser una fiesta del fútbol terminó en un verdadero desastre. El duelo entre Independiente y Universidad de Chile, por la revancha de octavos de final de la Copa Sudamericana en Avellaneda, se convirtió en una jornada de violencia que obligó a suspender el encuentro y dejó más de 300 detenidos.
La tensión ya se había encendido un día antes, con enfrentamientos entre barras y denuncias de robo de banderas. Sin embargo, la situación explotó en el estadio. Hinchas de la U ingresaron con bombas de estruendo y objetos contundentes, lo que derivó en incidentes desde el primer tiempo. Hubo butacas arrancadas, baños destruidos y hasta un inodoro arrojado desde las tribunas.
Durante el entretiempo, un encapuchado lanzó una bomba de estruendo hacia el sector conocido como “Garganta del Diablo”, donde suelen ubicarse familias de jugadores. El ambiente se volvió insostenible y, en el segundo tiempo, con heridos dentro y fuera de la cancha, el árbitro decidió suspender el partido.
A la salida, la violencia se trasladó a las calles. La policía argentina reprimió con dureza a los hinchas, mientras barristas de la U fueron acorralados y golpeados por simpatizantes locales, en escenas de linchamiento que recorrieron las redes sociales.
El bus del equipo chileno también fue atacado en el estacionamiento, lo que obligó a los jugadores y cuerpo técnico a permanecer horas encerrados en camarines hasta poder salir de madrugada hacia su hotel.
Las reacciones no se hicieron esperar. El presidente Gabriel Boric calificó la organización como irresponsable y condenó los hechos de violencia, afirmando que “nada justifica un linchamiento”. Desde Independiente, en tanto, culparon directamente a la barra de la U.
El balance inicial en Buenos Aires informó dos heridos graves, once con lesiones menores y más de 300 personas detenidas.